
¡Bartolomé Leal al habla! Blog de novela policial y negra
La serie televisiva británica Los vengadores es para mucha gente uno de los pocos momentos sublimes de la “caja idiota”, como se ha llamado a ese medio, una presa fácil de lo más deleznable de la subcultura internacional. Hoy en día es un feudo casi impenetrable de la publicidad. Un lugar de pérdida total de viejos conceptos como la estética, la ética, la dignidad y la coherencia. Decir televisión es decir, prácticamente, basura. Pero hubo una época en que poseía un aura propia, una calidad idiosincrática hoy en día perdida sin remedio.

Fueron apenas cuatro años, entre 1965 y 1968, que la pareja de investigadores formada por John Steed (el actor Patrick Macnee) y Emma Peel (la actriz Diana Rigg), que en glorioso blanco y negro (y luego en color) ofrecieron las aventuras más delirantes de la pantalla chica. Una mezcla entre género negro, espionaje y ciencia-ficción, marcada por un concepto central: la sofisticación. Steed con sus ternos tradicionales, paraguas y sombrero bombín, como salido de de un banco londinense; y su compañera la Sra. Peel con botas de cuero, traje ajustado, cadenas colgantes y peinado “gato”.
Se produjeron 50 episodios de una hora cada uno, los que alegraron los fines de semana de los telespectadores de hace ya medio siglo. En la serie se rompían todas las reglas narrativas, imperaba la imaginación más libre posible en los diálogos, las situaciones y los decorados. Las marcas eran la flema británica, el humor negro y, sobre todo, la elegancia. Los contrastes hacían su juego, dando un encanto especial a la serie. Mientras la Sra. Peel se mostraba vanguardista y manejaba un Lotus Elan deportivo, convertible por cierto, Steed conducía un maravilloso Bentley de 1928. Los automóviles también eran obra de arte en aquella época.
Hay que recordar que estábamos en tiempos de los Beatles, la psicodelia y el llamado “Swinging London”, una verdadera revolución en la cultura popular que removía los remanentes de la tradición victoriana. El estilista británico de vanguardia Alun Hughes fue el encargado de vestir y maquillar a Emma Peel. Su especie de buzo ajustadísimo, que la gente copió, tuvo su apelativo: los “Emmapeelers”. La Sra Peel utilizaba además la minifalda, guantes inusuales, diversos tipos de botines, amén de boinas y sombreros extravagantes. En algún episodio se viste como dominadora sadomasoquista. Steed por su parte no salía de los trajes convencionales de tres piezas, tipo Pierre Cardin, pero aprobaba el “look” de su asistente y, tal vez, amante; aunque nada impropio se hacía evidente. Era un tímido viraje hacia una moral cambiante en la pacata Albión.
A menudo la escenografía remedaba en forma humorística los decorados del cine expresionista alemán, sobre todo en la serie en blanco y negro. Tal vez lo más notable eran los elementos de ciencia-ficción, con la aparición de telépatas, extraterrestres gigantes, cibernautas, científicos locos, manipulaciones de la mente y robots agresivos. De allí que muchos finales de la serie remataran en la separación del dúo en algún extravagante vehículo de trazas futuristas. Tal como los inicios de cada capítulo, que desplegaban un inusual mensaje a la Sra. Peel de que se la necesitaba para una misión. De allí para adelante uno se sentaba a disfrutar sin remordimientos de tales premoniciones de tiempos futuros, más libres y entretenidos, sin política ni estafas.
