bartolome leal fernando lopez

“Lecoq es una copia de mi otro yo”

El escritor cordobés Fernando López no es sólo una figura dentro de la novela negra argentina sino una de las voces más originales en nuestro género. Un devoto además de la práctica de la hermandad literaria entre sus cultores. Como organizador del encuentro “Córdoba Mata”, que Fer realiza año a año en la docta, pasando por encima de falta de fondos, incomprensiones y broncas, no duda en entregarse hasta casi reventar para dar a los invitados una experiencia estimulante, amenizada con rica comida, espacios de conversación y público entusiasta. Es autor de una saga protagonizada por el detective Philip Lecoq, que se llama en realidad Felipe Gallo, pero se dio cuenta a tiempo que más le valía un nombre sonoro y misterioso. De este detective pobre, un auténtico hombre del pueblo que ejerce su oficio a menudo como estrategia de supervivencia, se han publicado cinco entregas que López ha titulado EPISODIOS, cuyo inicio es “Falsa rubia con tacones”. Pues de ello hemos elegido conversar en este cara a cara, sin dejar de anotar aunque suene a perogrullada, que a los escritores hay que leerlos… Escucharlos hablar es sólo un complemento.

–Fernando, cuenta cómo se te ocurrió crear a Lecoq, que en muchos aspectos aparece tan diferente de los estereotipos del detective privado. En realidad es lo que en chileno se suele llamar un “medio pollo”, alguien que hace trabajos por encargo de otros que no quieren ensuciarse las manos.

–Decidí escribir una saga dándole la voz a los excluidos de la sociedad, los perseguidos, empujados al delito por las políticas económicas neoliberales que en general aparecen como “los malos” en otras novelas. Así fue que inventé un personaje marginal joven y pobre para vestirlo con el sayo de un detective sin experiencia, que avanza intuitivamente con el entusiasmo que nace de la necesidad de tener que trabajar para subsistir. La idea se consolidó cuando me enteré que existía una cooperativa de ex convictos que habían logrado abandonar el delito para vivir dentro de la ley. Ladrones de bancos de los años 70, la mayoría ex alcohólicos y ex adictos, tipos duros con cicatrices de balas y puñales, abandonados por sus mujeres mientras estuvieron presos y perdieron muchos hijos, muertos por la policía o en reyertas entre alcohólicos, y creyeron en la utopía de que podrían salvar a sus nietos y sobrinos del destino que les había tocado a ellos. Los conocí, fui a visitarlos, compartimos varios encuentros y les pedí permiso para incluirlos en la saga. Así nació la idea de ubicar a Philip en ese contexto. La cooperativa existe, se llama Esperanza sin Muros y llegaron a tener una página en Facebook.

–¿Qué tiene Philip Lecoq de ti mismo? Me ha llamado la atención en las bellas portadas de la serie, que el dibujante te ha tomado como modelo para hacer las caricaturas de Lecoq. Además de sus venas humanista y humorística, que son por cierto las tuyas. El inicio de EPISODIO III “No te rías si me muero”, por ejemplo, donde emocionas a los lectores con esa historia de la salvación de unos pollitos moribundos por parte de los ex delincuentes bien poco dados a la ternura; y también el partido de fútbol femenino de EPISODIO IV “Todo y nada es la verdad”, con esas mujeres sufridas luchando por meter un gol bajo la guía bien poco ética de su entrenador, el propio Lecoq, que les inculca los más sucios trucos de los futbolistas profesionales.

–Sospecho que Philip es una copia de mi otro yo (el acápite de mi novela Odisea del cangrejo pertenece a Sartre: “Uno es lo que hace con lo que hicieron de uno”). Tiene mucho de mí, de mi negativa a aceptar las normas “morales” impuestas junto a la opresión económica de las clases postergadas. Viví desde los doce años bajo normas estrictas que me hicieron rebelarme a través de la militancia y la escritura. Terminé el secundario en el Liceo Militar, estudié derecho y ejercí la magistratura en el Poder Judicial hasta hace doce años (parece que el 12 es un número mágico, nunca lo sospeché). A punto de publicar mi primera novela, El mejor enemigo, me di cuenta con horror que estaba escrita con un lenguaje totalmente reprimido, introyectado por sucesivas dictaduras militares y los mandatos de la religión. También me rebelé contra eso. Philip Lecoq y los otros personajes viven fuera de las normas y de vez en cuando delinquen por necesidad. Y en la saga también hay sexo explícito, como en la vida, una rebeldía más. El sexo explícito está proscrito de la literatura, pertenece al género maldito de la pornografía, contrariamente al criterio de los griegos de la antigüedad.

–A propósito de eso, Lecoq tiene una relación muy intensa con las mujeres, un poco autoritaria, brutal a veces aunque se hace querer, suele ser comprensivo y solidario. Aprende las lecciones. ¿Te parece que es un machista camuflado, quizás en un sentido idiosincrásico, cultural?

–Sí, es un machista. Ni siquiera se plantea la cuestión. Para él es natural amar a dos mujeres a la vez, sentirse “compartido”. La Yési y la Lore saben que lo comparten y aunque la Yési, madre de sus hijos, lo cela rabiosamente, no hay una disputa evidente entre ellas. Recordemos que la Lore fue su primera clienta y le pagó “en especie”, ocasionándole un gran reprimenda de la Yési. Y se verá que en el sexto EPISODIO, que se titula provisoriamente Cuando ganan los humildes, la Lore vuelve a requerir sus servicios detectivescos y sufre varias escenas de celos por parte de su mujer. Ambas se conocen desde la infancia y se iniciaron juntas en el ejercicio de la prostitución, que la Yési abandona para dedicarse a Philip y a sus hijos. En realidad, todos los personajes son machistas o aceptan el machismo como algo natural, hombres y mujeres. A Philip le gusta tomar las decisiones y las dos mujeres lo aceptan. La moral de los excluidos quizá es más explícita que la de los burgueses, quienes suelen tener doble vida, pero a escondidas.

–Un detalle respecto a Lecoq, da la impresión que tiene algunos rasgos infantiles, como remanentes de una niñez tal vez infeliz, ciertas regresiones como el gusto por mamar la leche de su pareja en momentos de alta excitación. Veo allí una zambullida freudiana bastante escabrosa.

–No, no hay nada escabroso en esa actitud sino más bien gestos de generosidad y agradecimiento. Hay una empatía muy grande en la pareja, pero además los encuentros con la Lore son explícitamente turbulentos. El escritor debe privarse de juzgar a sus personajes, no debe tomar partido sino aprender a clasificar las conductas de todos de acuerdo a los mandatos sociales, religiosos y políticos de la sociedad en la que viven. Por eso el EPISODIO 5 se titula La suerte tiene sus planes. En el sexto episodio, que aparecerá este año, la Yési amamanta a una criatura desnutrida delante de sus hijos, de Philip y de la Lore.

–¿Cuál es la definición política de Lecoq, si es que la tiene? Sé que el tema es complejo en Argentina, donde a veces uno tiene que adivinar si alguien es o no peronista o antiperonista, como que es difícil ver otras opciones.

–Es un desclasado, un excluido, la única conciencia que tiene de sí es la que le dictan las necesidades mínimas: comer, coger, enamorarse y alimentar a su cría. Eso sí, es muy solidario con los vecinos: trabaja con sus propias manos para levantar la guardería del barrio, en la que depositan a sus hijos las mujeres que salen a trabajar. Se ocupa de buscar a los niños y niñas extraviadas y no cobra por ese trabajo. En algún episodio acepta que le paguen con bolsas de papas, con las que alimenta a su familia durante largas semanas. Tiene conciencia social pero no política, en ningún episodio se lo verá despotricando contra la sociedad burguesa explotadora, aunque se puede deducir de alguna conversación con otros personajes que vota candidatos peronistas.

–Se nota en Lecoq que sus gustos en comer y beber están condicionados por su precariedad económica. Me parece notable en la serie cómo ciertos personajes, por ejemplo los del grupo de Esperanza sin Muros, llevan el ingenio al límite para alimentarse y alimentar a los pibes; o como “Cara e poio” en EPISODIO III, que se mal nutre precisamente de cabezas de pollo, mientras va decayendo físicamente. Toda una metáfora de la explotación extrema que lleva a los pobres a una suerte de autocanibalización, ¿no?

–Y sí, a pesar del tono aparentemente liviano y jocoso, hay una realidad muy cruenta. Philip aprendió el oficio guiado por CQ, apócope de Cara Quemada, un ex convicto de quien nada se sabe, devenido “ave negra” (en la jerga leguleya, es un mediador entre el delincuente y la justicia, que consigue y paga con favores). Además de enseñarle el oficio lo inicia en el buen vino, el whisky de etiqueta negra y los habanos Partagás, aunque Philip, por su mediocre cultura alimentaria, sigue siendo reacio a probar nuevos sabores: cuando lo invitan con mariscos prefiere una milanesa. A lo largo de la saga lo veremos consumiendo sándwiches de milanesas, choripanes, algún asado de “falda” (puro hueso), papas en puré o sopa o como venga, cuando le pagan con bolsas de ese tubérculo. Muchas harinas, poca verdura, en fin, la dieta del pobre es pobre como su vida. Él y sus amigos de la cooperativa consumen lo que llaman “pajarita”, un licor que aprendieron a elaborar en la cárcel con cáscaras de papa fermentadas. Y está “Cara e poio”,que sólo come el seso de las cabezas de pollo descartadas en un frigorífico, vive en una casucha de lata al borde de un canal lleno de mugre y desechos industriales.

–Lecoq es un personaje diferente en tu literatura y en el género negro en general, ¿hay alguna evolución de él dentro de la serie, sea consciente de tu parte o dictada por el propio Lecoq?

–Toda la saga es una parodia del género detectivesco, cada episodio narra hechos menores con situaciones absurdas, mucho humor y una violencia que pocas veces termina con sangre. Los casos que investiga Philip son los que aquejan a los vecinos del barrio. Por eso cuando le preguntan ¿qué es un detective? responde: es alguien que ayuda a la gente. Las circunstancias que le tocan vivir lo van endureciendo a cada paso. Aunque no pierde nunca el tono amable y jocoso, va tomando conciencia de una realidad violenta en la que reina el hambre, la exclusión y la decepción frente a la ausencia de un futuro mejor. Cuando le preguntan a la Yési, la pareja de Philip, por qué tiene tantos hijos, (en la primera novela nace el décimo, y decide ligarse las trompas para seguir estudiando), responde que lo hace con la esperanza de que alguno sobreviva a los rigores de la pobreza

–Hay un recurso de estilo que me ha interesado mucho, que es la aparición de un autor oculto con el cual Lecoq mantiene diálogos entre paréntesis. Hay una frase en EPISODIO II “Animales de la noche” que me ha llamado la atención, cuando Lecoq le reprocha al escritor que pretende eliminar ciertos episodios para no dañar la imagen del detective. En otras palabras, Lecoq no teme ser duro consigo mismo. Es un recurso que viene de la novela picaresca, de Cervantes. ¿Qué opinas?

–Es cierto. La intermediación me permite contar la experiencia profesional de Lecoq y la vida de su familia y su entorno a través de un ghost writer, ya que no podría hacerlo en primera persona dado su escaso nivel cultural. Eso me permite respetar el slang del barrio e introducir un relato medianamente culto. Recién en el sexto episodio Philip terminará el colegio secundario y podrá aspirar a que su realidad económica mejore, aunque nunca dejará su profesión de detective.

–Pues bien, para cerrar este cara a cara, sólo deseo señalar que Fernando López es un autor que se caracteriza por varios rasgos que lo hacen un narrador de género negro serio y conocedor de sus reglas: ha sido juez, lo cual le ha permitido estar cerca del mundo de los delincuentes y de sus angustias y pesares, que también los tienen; ha mantenido con  tenacidad la figura de su detective, en una obra variada y a la vez coherente, un elemento fundamental al momento de darle peso a la propia obra dentro del género; y despliega un contacto fraterno con sus pares escritores, dentro y fuera de su país, lo que le ha dotado de un aura de afecto que agradecemos los que contamos con su amistad.

 

Bartolomé Leal

(Fotografía introducción: tomada en Montevideo por una moza del bar no identificada)

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