“La literatura habla de domicilios reales o imaginarios”

Ricardo Chamorro confiesa que desde niño ha sido un fanático de la calle. Para él, vagar por los barrios de Santiago, por sus plazas, parques, boliches, peladeros y callejones, sobre todo en los alrededores de la calle San Diego, su actual lugar de residencia tras haber nacido en Arica (región de Tarapacá) y criado en Máfil (región de Valdivia), es central en su modo de entender la aventura de vivir. Al punto que en una época estuvo “a la sombra” justamente bajo el cargo de vagancia. Porque para Chamorro la cosa no es simplemente habitar en el domicilio familiar, digamos las necesidades del cuerpo, sino que se le hace esencial tomar fotografías, escribir, filmar o lo que tenga a mano. En el fondo, escudriñar los recovecos de la ciudad y no los tópicos. Sobre todo explorar con lupa los rincones oscuros. Testimonio es su libro Eje San Diego. Arqueología de una calle mágica (2013), donde ve lo que muchos no vemos, aunque miramos; un bello libro de 80 páginas de crónicas, rico en sorpresas, con textos e imágenes que hacen pensar: ¿dónde estaba yo que no me he dado cuenta? Y también su inminente volumen de crónicas que se titulará seguramente Vicios de Chile, donde junta textos aparecidos en la revista Punto Final y otros inéditos. Ricardo Chamorro pertenece así a la noble estirpe de los cronistas chilenos de prensa, la de Edwards Bello y Enrique Bunster, Alfonso Calderón y Roberto Merino, entre otros. Sin embargo, y valga el adverbio en todo su contenido, lo de Chamorro es lo marginal, lo enredado, lo turbio del alma nacional expresada en sus lugares públicos. En otras palabras, “lo negro”.

-¿Por qué elegiste la crónica como forma privilegiada de expresarte literariamente? ¿Aplicas en este subgénero de la literatura y el periodismo alguna escuela en particular?

Para serte franco, no he elegido la crónica. Ni siquiera podría definir con claridad qué es un crónica, a pesar de que he leído muchas. Me parece que uno es un “privilegiado” de tenerse a sí mismo, entendiendo como “privilegiado” al observador de un determinado sistema de coordenadas. En ese sentido, la literatura, tarde o temprano termina hablando de domicilios reales o imaginarios. Una de las gracias que tiene la crónica, es que se puede ser más heterogéneo en términos de recursos: en un minuto puedes estar contando una historia y al rato puedes mutar en un hablante puramente lírico. Debo decirte que el libro sobre San Diego fue mi primera incursión en la crónica.

Antes de eso había pasado por varios géneros (desde los más clásicos como el cuento o diversos subgéneros poéticos) pero también he recurrido a la “invención de géneros”, como los “comerciales de radio”, los mensajes para poleras o grafitis y las “declaraciones siquiátricas”, entre otros. Todos esos experimentos se hallan incluidos en diversos libros que he escrito y que alguna vez publicaré. Pongo “invención de géneros” entre comillas porque yo no he inventado nada, solo me ha parecido interesante elevar a la categoría de literatura otro tipo de mensajes emitidos con palabras, despreciados por los literatos más formales.

-¿Por qué ese afán tuyo en sumergirte en los pantanos más malolientes de la chilenidad? ¿Por morbo, afán mesiánico, rencor social o fervor político? A ver, cuenta, cuenta, que tú sabes que a ciertos compatriotas lo que más les carga es un resentido con tribuna.

Supongo que haces alusión a mi libro (inédito) Vicios de Chile, como primera fuente para la pregunta. Debo confesar: sí, mucho de lo que escribo tiene su toque a “pantano maloliente”. Volviendo al libro: cuando empecé a escribirlo, mi ignorancia respecto de “chilenidades” era mucha. Ahora es un poco menos, pero lo que no me faltaba era fe en que Chile tiene particularidades que podrían definirlo como categoría aparte. Ahora que el libro está listo en un 99.9% la fe se parece más a la certeza. Y dentro de los elementos de este ser chileno, está su capacidad para coquetear con el vicio (o hundirse en él) sin que se note. Para lograrlo, el truco ha sido la inconsciencia: el chileno incurre en actividades dañinas y repetitivas que le producen placer (y que a veces lo llevan a la debacle) sin que abra los ojos. Es parecido a esa historia del “traje nuevo del emperador” que cuenta el Conde Lucanor: un grupo de estafadores le fabrica un traje de oro al emperador y nadie ve que está desnudo. Es la actitud que se tuvo frente a medio siglo de crímenes en Colonia Dignidad, la actitud que se tiene frente a la ambición desmedida o la drogadicción en las clases dirigentes, por nombrar solo unos ámbitos. En ese sentido, el libro intenta mostrar nuestra desnudez, sin afán moralizante, sino meramente utilitario: nuestra sociedad, cuando bruscamente “recupera la vista” muchas veces transita a revoluciones, desórdenes sangrientos y retrocesos culturales. Y mientras no tiene vista, la mayor parte de la población se conduce por el engaño o la esclavitud, como fue el Chile de los gobiernos parlamentarios. Por supuesto, estamos en un periodo en que el chileno está ampliando su visión a pasos agigantados. Cualquier cosa podría ocurrir.

-Al leerte se nota que te documentas con bastante acuciosidad, pero no recargas los textos con citas, notas al pie ni referencias. ¿No te han acusado de ser poco riguroso al respecto?

Nunca nadie me ha dicho nada al respecto, porque en general los lectores chilenos, parece, le tienen mucho respeto a los escritores. Ahora, mi opinión es que ese respeto debería ganarse  y no tenerse por “derecho divino”. Por eso me siento en la obligación de decir opiniones o contar historias que tengan sustento en datos verificables. En rigor, son ellos los que me guían en el desarrollo del texto. Hay una historia del alcohol en Chile que la inicié con una idea, pero terminó siendo otra cosa distinta. Fueron los antecedentes los responsables el cambio. Por supuesto, eso no lo aplico siempre a todos los géneros que me gusta cultivar. Pero cuando se trata de crónica, se me hace fundamental. El libro Eje San Diego basaba, principalmente, su verificación en “trabajo de campo” (vagancia) y el libro Vicios de Chile se refiere una verificación mediante documentos. Ahora, por cierto, me encantaría agregar más “notas al pie” a mis libros. No solo por afanes de validación sino porque se me hacen un “subgénero” o al menos un “recurso literario” sumamente divertido. Me gusta aplicarlo en algunos cuentos, aunque esa idea ya la usó Borges hace 80 años.

-Entrando en un tema más literario, ¿puedes identificar algunos autores de tu predilección, en cualquier género?

En rigor, no leo solo literatura y hay muchos periodos en que me divierto más con economistas, historiadores o periodistas, como Samuelson, Eliade o el chileno Manuel Salazar. Pero en literatura hay una enorme cantidad de autores que respeto y releo con entusiasmo. Dentro de lo puramente literario, sin duda Borges y Kafka ocupan un lugar relevante. Umberto Eco es otro que considero un baluarte. Ahora, hay otros escritores que releo cuando quiero “soltar la mano”, cuando algún texto no me sale. Dentro de ese grupo están García Márquez, Cortázar o Bolaño. Y están los escritores que algunos calificarán de autores para “pasar el rato”, pero ¡que tremendo rato que pasas!. Ahí yo pondría a Mario Puzo, a Le Carré, a Chandler e incluso a Lafourcade. Un último grupo lo constituyen los autores injustamente calificados de “densos” siendo que sus libros son manantiales de claridad. Ahí pondría a Koestler, a Mailer y a John Kennedy Toole. Es inevitable para mí citar a algunos “filósofos naturales” que en mayor o menor medida han terminado afectando la literatura que escribo: Russell, Einstein o Poincaré. Hay que advertir que, como siempre, cualquier selección es injusta porque deja fuera un montón de nombres que quizá impactaron más a alguna de mis neuronas, y yo simplemente no tengo la capacidad de reconocerlo.

-En muchas crónicas haces el elogio de Pablo de Rokha y Nicanor Parra, más que a otros de nuestros grandes poetas. ¿Puedes abundar en esta aparente preferencia?

Creo que es solo circunstancial. Porque si me hubieras preguntado hace 20 años solo te hubiera hablado de Huidobro y unos pocos años después solo te habría hablado de Teillier. Ahora, respecto del porqué las circunstancias me hacen volver a ellos tiene que ver con las crónicas y mi gusto por los subgéneros. De Rokha dejó tanto una obra como una dinastía artística, al igual que Nicanor Parra. Y con este último no me refiero solo al clan Parra sino a sus continuadores, como Rodrigo Lira, Francisco Zañartu, Mauricio Redolés, etc. Como fuere, tanto de Rokha como Parra te permiten llegar y entender “la pequeña historia” del 90% del país, del país asalariado y no dirigente, y que al final terminan siendo los creadores de lenguajes, métodos de sobrevivencia o hazañas. Ellos dos cuentan historias que de otra forma habrían sido borradas y olvidadas.

-Sobre la literatura que llamamos “negra”, para algunos una forma de la narrativa policial o de misterio, ¿qué visión tienes? ¿Te interesa? ¿Te estimula a expresarte en ese género?

Como te conversaba el otro día, habría que distinguir el concepto formal de la literatura “negra” de la “actitud negra”, si cabe el término. En Chile es muy corriente tener una actitud “negra” y en ese sentido todo chileno es potencialmente un personaje de novela negra. Sin ir más lejos, en el libro El sueño eterno de Chandler hay un chileno. Y creo que no es el único caso de chileno metido en los clásicos del género. Lo podemos ver en los desastres naturales y personales: tenemos una capacidad para enfrentarlos con una semi-sonrisa. Por lo mismo, hay muchos escritores que tienen personajes “sobrevivientes con agallas” que siguen ganando batallas en los márgenes. Tu eres uno de ellos, sin ir más lejos.

En mi literatura hay ciertas situaciones con personajes “negros” e incluso cuentos completos. Pero mis investigadores no siempre buscan la justicia, o por lo menos no la justicia de las autoridades: apelan a una cierta ética universal de los seres vivos.

-¿Qué te parecen los rayados de paredes, que a mi juicio emporcan la ciudad de las manera más brutal? Tengo la impresión de que manifiestas cierta ternura hacia los grafiteros, que al menos a mí me rompen las pelotas por su regodeo en la fealdad vía falta de talento.

No había notado que hubiese esa “ternura” de la que hablas, pero debo decirte que para cualquier “calleja” las murallas son un elemento insoslayable. Están ahí y son tentadoras cuando se tiene pintura en la mano. Le pasa a los niños cuando empiezan a rayar las paredes de la casa y le pasó a los primitivos cuando pintaron Lascaux. Es necesario hacer algunas distinciones, porque por un lado está la apuesta que hizo el Mono González y la Ramona Parra, y por otro el rayado territorial de los “piños” en las poblaciones o los barrios. Es claro que el segundo no tiene afán estético y sus rayados pudiesen tener más interesados dentro de los sociólogos. Algo que debo resaltar es que en los alrededores de San Diego hay una cierta abundancia de “artistas” o “artistoides” con afanes estéticos. Me ha tocado ver desde “distopías” (como las del colectivo Mutay) hasta trabajos de mosaicos, vidrio y pintura, como las que se ven  en Santa Isabel con Lord Cochrane. Y hay muchísimo trabajo de stencil (que se hace con pre-formas) muy originales e ingeniosos, principalmente políticos, que no le van a la zaga a INti o Bansky. Cuando vagué por Buenos Aires alguna vez, una de las primeras cosas que noté es que allá el arte callejero era apreciablemente más modesto.

Sin duda, el arte gráfico callejero es todo un mundo y he acumulado una respetable cantidad de registros. Incluso, en una oportunidad desarrollé un cortometraje que solo usaba trozos de imágenes de una única pintura callejera que estaba en Bulnes. El resultado fue fascinante.

-El tema de si los chilenos leen siempre sale a la palestra, y las opiniones son contradictorias… Documentación aparte, ¿cómo percibes el tema desde tus experiencias en las calles, sobre todo en San Diego?

Mi impresión es que el chileno actual indudablemente lee más que durante la dictadura, el periodo en que el nivel de lectura fue más bajo. Esto debe ser porque ahora el nivel de alfabetización es más alto y porque han aumentado mucho las plataformas de lectura, por los múltiples formatos y opciones que ofrecen las nuevas tecnologías. Sin embargo, ahora el problema no parece ser de cobertura, o del ejercicio casi ocular de traducir signos, sino de profundidad. Se lee mucha tontera insulsa, pasajera y mal informada. Por ejemplos consejos sicológicos o de dietas o comentarios de Twitter y Facebook. En lo relativo al formato libro, claramente las ventas han bajado mucho, llevando al cierre de varias librerías. Los libreros de San Diego confían en la apertura de la estación de metro en Plaza Almagro como una tabla de salvación.

-Inquietante me pareció tu texto sobre la calle 10 de Julio y aquella enorme acequia subterránea que esconde. También he leído sobre ciertos túneles debajo de la ciudad, pienso en aquellos bajo el cerro Santa Lucía, donde inventé ciertas escenas de mi novela a cuatro manos Ahumada Blues. ¿Puedes agregar algo a lo que he leído en tus crónicas?

Lamentablemente, mi crónica es todo mi conocimiento sobre ese mundo. Ignoraba lo que me cuentas sobre túneles bajo el Santa Lucía, aunque hace años escribí una novela infantil que se llamaba Las aventuras de Gato César y ubicaba bajo el Santa Lucía una red de túneles: curiosa filtración cognoscitiva.

-Bueno, Roberto Merino al comentar mi libro señalaba que sí existen tales túneles bajo el cerro. Ahora, alguna vez hemos discrepado sobre la pretendida ciudad incaica existente en el valle del Mapocho a la llegada de Pedro de Valdivia. ¿Tienes antecedentes nuevos en este tema?

Para mí es un hecho irrefutable: mi hija de seis años estuvo en una excavación arqueológica con Rubén Stehberg (arqueólogo chileno que hizo el descubrimiento). Me envió fotografías que muestran ese estrato y mi hija me conversó abundantemente de ese mundo. Podría decir que “los niños no mienten”, pero en realidad estoy seguro que los descubrimientos no se detendrán. Se verifica durante la excavación de las nuevas líneas de Metro y también dan fe los constructores de edificios en el centro de Santiago que hacen hallazgos todos los días. Hace poco salió una crónica en La Tercera que se llamaba “10 cosas que usted no sabía de Santiago”. La mención a la ciudad anterior era la cosa 10.

-Por los relatos tuyos que he leído veo que eres un cultor encarnizado de la ciencia-ficción, como muchos ingenieros. Mi primer cuento fue de CF (con un cohete) para una revista literaria de la Escuela de Ingeniería. Lo rechazaron, aunque la revista nunca salió. Tal vez eso me dejó trauma con la escritura de ese género, pero me sigue gustando. Ahora los cuentos tuyos son bastante especiales, ¿cuál es tu enfoque? ¿Preparas un libro?

Nunca he sido un cultor muy ortodoxo de nada. Como te decía antes, tengo una cierta predilección por jugar y mezclar los géneros. Y cierto gusto en ponerme rebelde con las definiciones estrictas. Como resultado, mis cuentos de ciencia-ficción apelan a ciencia imaginaria, como la “ciencia fantasmal”, condiciones de borde aplicadas sobre un sistema cerrado (lluvia infinita sobre Santiago) o a bombardeos atómicos sobre toda Sudamérica. Si puedo buscar un asunto común tendría que volver sobre la angustia generada por el infinito, de la que nos hablaba Kafka, pero en este caso, quienes soportan la dura prueba no son checos existenciales, sino chilenos promedio ya acostumbrados a desastres de todo tipo. Resultado: se lo toman con mucha naturalidad y al final mis personajes, muchas veces, terminan lidiando con bastante buen humor todas las adversidades me entretengo en lanzar.

Tal como dices, tengo casi listo un libro de relatos sobre aquello. Su título: El año del cohete y que alguna vez tuvo un subtítulo que decía “Pronúnciese cuete”. Ahora he reemplazado el subtítulo por una nota preliminar que explica ese detalle idiomático. Allí se incluye también otra vertiente dentro de la llamada “ciencia-ficción” o “literatura de anticipación”: las ucronías. Incluyo algunas ucronías futbolísticas o un fantasía acerca de la llegada de griegos del periodo clásico a nuestros días. Alguien dirá que es “género fantástico”, pero a mí, más bien, me parece que son ejercicios de indagación del alma nacional. En todo caso, para hablar de ese libro tendríamos que intentar otra conversación completa.

Pues bien, hasta aquí dejamos este contrapunto con Ricardo Chamorro y su enfoque y concepto de la literatura, incluida la negra, que él también ha abordado en algunos textos como los que se leen en 7 gritos desde el suburbio. Antología de poetas (2007) y Santiago en el ojo. Antología de relatos (2017). Un autor que retrata la ciudad y que no pide pantallas porque “ya hay demasiadas”. Mejor las hace. Tampoco se obsesiona en promociones: prefiere usar de otra forma ese tiempo. Es amigo de sus amigos (“porque son pocos”, según dice) y generoso con sus colegas escritores, siempre dispuesto a conversar un café o una cerveza en algunos de los viejos barrios santiaguinos que tanto aprecia…

Bartolomé Leal – Agosto 2017

(Fotografía introducción: Orno Producciones)

 

Esta entrevista está incluida en el libro Trazas negras. Conversaciones sobre novela policial y negra en Chile editado por Ediciones Plazadeletras.

Disponible a la venta aquí

 

 

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