“Ese deleite salvaje de los sentidos”

“¡Qué carajos estoy haciendo aquí, por la mierda!” Así se inicia el libro que nuestro recordado escritor tituló Lo primero es un morral, que lleva el subtítulo Notas de un viaje al África. Publicado por Pineda Libros en 1972. Mi ejemplar fue conseguido en San Diego una década después, cuando yo mismo había retornado del continente negro. Lleva una dedicatoria de Poli a José Santos González Vera. Misterio de los libros de segunda mano, o tal vez no tanto misterio. Cuando algún escritor (o lector) deja este mundo sus herederos suelen precipitarse a vender las bibliotecas, a precios viles en muchos casos. Pues sobre este libro, que se ambienta en Kenya, Tanzania y Uganda, por donde yo mismo anduve, conversamos un par de veces con Poli Délano al calor del Happy Hour del “Hemingway” en Plaza Pedro de Valdivia, donde Poli gustaba de ir a echarse unos tragos con los amigos; y donde se le rindió un lindo homenaje por iniciativa de los muchachos y muchachas de su taller literario. Bueno, no pudimos formalizar una conversación para este blog porque Poli se nos fue de repente, sorprendiéndonos a todos, que creíamos que lo tendríamos para rato. De todos modos he armado esta conversación de ultratumba basándome en lo que charlamos y en citas del libro (señalo los capítulos).

Empecemos por el final de tu libro, Poli, yo alguna vez tuve que dejar para siempre Nairobi, la capital de Kenya, y me impresionó leer tus remembranzas en esa prosa pulcra, acogedora y exenta de esnobismo que tanto ha atraído a tus lectores y también a los escritores como uno, siempre en busca de la palabra justa en el momento justo. Nairobi atrapa, ¿no?

Es raro estar yéndose de Nairobi. Una sensación que no he tenido en otros viajes. No podría definirla ni explicármela, pero tal como empecé estas notas la primera noche al calor de mi pieza, garabateo ahora, por compulsión, sobre un papel que me dio el mesonero… A través de la ventana se escucha la lluvia. En veinte minutos vienen a buscarme para salir al aeropuerto y estoy tomándome el último gin en el grill “decente” de este hotel que me cargó todo el tiempo y que ahora es parte inseparable de esta ciudad que se me hace raro estar dejando (Diez).

Ya que haces mención de una pieza de hotel, creo que he conocido pocos hoteles tan canallas como los del centro de Nairobi, donde te vienen puros pensamientos deprimentes.

Este hotel, un hotel de mierda donde te das una ducha de agua fría y empieza a inundarse todo el baño, donde cuesta como la condenación abrir la puerta, donde se echó a perder la radio, un hotel sución, no sucio, sución, donde no te atreves a pegar un moco debajo de la mesita por temor a encontrarte con otro moco ya pegado. Levanto el vaso, pero antes he dado una chupada honda al cigarrillo y frente al espejo encojo la vista, abro la boca en “o” tratando de reproducir la expresión de la máscara de falso ébano que no le quise comprar en la mañana a un tipo muy negro que me seguía por Kenyatta Avenue. Asomo los dientes y dejo salir de un soplo el humo aspirado. (Uno).

Y bueno a veces se hace difícil en tales hoteles evitar el acoso de las damas tarifadas, que se cuelan por donde pueden, coimean a los guardias, simulan buscar algo, en fin, manejan todos los trucos de los cazadores furtivos.

Hace más de diez años también anduve más solo que un leproso en un lugar también así de lejos donde tampoco conocía a una puta alma. Era Hong Kong… Distinto que ahora… Porque ahora lo hice todo hipócritamente, sin decir esta boca es mía, sin arriesgar nada, sin siquiera pisar la calle… Y que más de alguien me perdone. Si es que existe algún pecado en buscar ‒siempre se busca‒ alguna compañía cuando se está muy pendejamente solo en un lugar demasiado lejos de todo. De todo lo que es uno, digo… Porque es sobre eso que quiero decir algunas cosas. Quizás lo haga después de viajar a Tanzania, a los pies del Kilimanjaro a tomarme un trago por el viejo Hemingway… Que conste dije “quizás”. Por ahora prefiero contar sobre la negra. (Uno).

‒Lo cuentas con detalle en el libro, seguro. Pero dale.

Pedí una cerveza y me puse a leer hipócritamente un libro de cuentos de Grace Ogot. En la mañana me lo había regalado, cuando llegué a visitarla… Digo hipócritamente porque allí no se podía leer, pero sí se podía fingir, usar el libro como un escudo, como una especie de insecticida, o de lepra, mirando hacia todos lados sin llamar la atención, haciéndome el muy concentrado… Me sirvieron la cerveza y continué mi teatro hipócritamente… Por eso, cuando debiera haber llevado tres cervezas y unos tres capítulos del libro y la negra de pañuelo floreado pasó contoneándose frente a mi mesa, le sostuve la mirada, a la espera del ataque… Frente a mí, le lanzó a estos ojitos una mirada apoteósica… Bonita, alegre su cara… De Uganda. (Dos).

‒Supongo que la morena disimulaba su verdadera profesión o actividad. ¿Cómo se resolvió eso? ¿Con qué pregunta le entraste?

¿Y qué haces por aquí? Era una pregunta deprimente. Bueno, bailo. Estoy en una compañía. ¿Cuál? Me respondió algo que no entendí. Me acordé de que si no quieres que te contesten huevadas, no preguntes huevadas… Preguntaba porque me hubiera gustado verte bailar. Puedo bailar para ti. Bueno, poniéndole el traste a la jeringa, aquí venía el trato. Este hotel es muy bueno ‒siguió‒. Aquí nadie se preocupa. Mucha libertad. Mucha discreción. Le dije con otra sonrisa enormemente tierna que yo no era hombre de billetes. Me mira a lo ofendida, qué me figuro. Ella no, no es como las de Kenya. Las de Uganda son distintas. Mira a su alrededor señalándome a todas las negras circundantes. Que yo le gusto, que es eso… Pero que no es igual que las de aquí, que jamás se mete con africanos, de modo que es limpia y sana a toda prueba (Dos).

‒Y, desembucha, ¿hubo trato finalmente? ¿Cuánto? Perdona mi curiosidad morbosa, chileno soy.

Cien chelines… Aprieto los botones de mi registradora mental y en breve los cien chelines me anotan la apreciable cifra aproximada de quince dólares y otra sección de la computadora interna me repite que soy un puro huevón, que por buena que es la negra, ni ganas tengo de encamarme, pero que ahí estoy, arriesgando un par de preciosas balas de la cartuchera, medio comprometido ya, porque ahora qué… Eres joven y bonita ‒le dije‒. Y me gustas. Se lo dije porque era joven y bonita. Y me gustaba. Me gustaba su risa, me gustaba su gracia, su piel oscura y suave. Okey. Sabes que no es bueno que estemos aquí tanto rato. Subamos a tu pieza. Si quieres vamos y te convido un poco de whisky ‒dije‒. Pero de los cien chelines, ni hablar. (Dos).

‒Bien Poli, dejémoslo hasta aquí en esta conversación, que en el libro hay mucho más y bastante sabroso. Mencionaste a la escritora Grace Ogot, una institución en Kenya. ¿Cómo te fue con la dama? ¿Dónde te juntaste con ella?

Al volver a Nairobi desde el serpentario… partí derecho a la casa de Grace Ogot. Toqué el timbre y cuando pude verla le dije sin tapujos que quería echarme al buche una comida típica africana y hacerle muchas preguntas, ya que había leído varios de sus cuentos y que palabra que los lectores de mi país llegarían a conocerla. Grace vive en una casa amplia de jardín selvático de árboles y británico de césped, en las orillas de la ciudad y casi al borde de un río de mínima categoría que sin embargo vegeta bastante esa zona, una casa, pensé, como podía ser la del presidente Kenyatta, en cuyo patio, seis meses antes se había encontrado una pitón de varios metros que ahora reptaba sin tanta libertad en una vitrina del serpentario. Lleva como siempre (Grace) colores vivos que resaltan sobre lo negro de su piel… Hicimos ‒con el preámbulo del on the rocks‒ buenos recuerdos de Moscú, Leningrado, Pskov y otros lugares donde entre una veintena de escritores de los cinco continentes nos habíamos conocido ocho meses atrás… Nos reímos de algunas peripecias mientras yo vaciaba ‒ella no bebió‒ plácidamente mi vaso. (Nueve).

‒Y ¿qué te dio de comer? ¿Lograste tu objetivo de conocer las delicias locales?

Riendo y viéndose siempre como una princesa tropical a todo color, pasamos a servirnos un par de platos desabridones ‒Kenya Ugali‒ que me parecieron más ingleses que otra cosa, sin que sea de mi parte una ingratitud sino más bien otra franqueza. (Nueve).

‒Bueno, creo que en esa ocasión te fue mal Poli, tengo buen recuerdo de otras comidas kenyanas aunque con un sesgo más acorde a su diversidad cultural, como la que prepara la gente de la costa de ascendencia árabe, la de los asiáticos llegados de India y Pakistán y, por el lado propiamente africano, las carnes asadas, que las hacen muy buenas. Pero, ¿qué más le sacaste a la Ogot? ¿Te explicó su punto de vista artístico?

No soy ‒dice‒ novelista en el sentido europeo: soy una contadora de historias en una sociedad negra. Yo no tuve que conocer ningún libro para saber cómo debía escribir un cuento. Aquí sólo se escribe un cuento si existe una historia que contar. Si el problema es cómo contarla, bueno yo lo hago con libertad, como me viene, sin fabricarla ni adecuarla a escuelas o tendencias literarias determinadas. Ahora: yo pienso que los escritores escribimos cuando hay una presión espiritual o mental, no emocional. Se escribe aquello que persiste en uno, que viene una y otra vez. Y de lo cual a fin de cuentas no puede uno librarse. Un cuento puede ser escrito muy rápido sobre el papel y sin embargo haber demorado largo tiempo en gestarse. (Nueve).

‒Siguiendo con la literatura, Poli, ¿fuiste de safari y llegaste a conocer los paisajes de Hemingway? ¿Cuál fue tu primera impresión?

De pronto se disiparon las nubes y apareció la cumbre nevada del Kilimanjaro, semejante a un Villarrica pero con un buen trozo de punta cortada, algo así como un gran volcán incompleto, algo así como un flan de pendientes más suaves… Quería contemplarlo en todo su esplendor, esas nieves eternas, como un chorro de crema derramándose sobre el flan, donde según Hemingway alguna vez se halló un leopardo seco y congelado sin explicarse nadie qué podía buscar en las alturas… Esta gloriosa fauna que Hemingway de puro amarla dedicó parte de su vida a exterminar. (Tres).

‒¿Corriste algún peligro? En los safaris siempre pasan cosas, tengo para contar…

Oscurecía y era preciso emprender la retirada. Hay limitaciones de hora y las fieras son distintas por la noche. Había que volver, cenar en el estúpido comedor y regresar a la cabaña… La noche ya pronto estaría sobre nosotros. Por eso nos alarmamos bastante cuando nuestro guía resultó incapaz de hacer partir el vehículo. Desperfecto eléctrico, pero qué diablos, no se podía uno bajar del vehículo para revisar el motor porque era zona de leones. ¿Aquí comenzaba la aventura? Quién mierda me mandaba a meterme en safaris. Está bien que cualquier cosa ocurra cuando uno va equipado, listo, dispuesto. ¿Por qué no poder estar ahí mismo en una tienda bien montada, con alimentos, con mosquiteros y con un rifle…? Pero que falle el motor cuando uno tiene que volver, cuando hasta la botella de Old Smuggler no anda con nosotros, es cosa ya de orates, de malos de la cabeza. (Tres).

‒Al final todo se arregló, supongo, pudiste escribir tu libro y estamos conversando muchos años después, yo sigo vivo por el momento y tu eterno por siempre jamás; pero pronto te alcanzo.

Lo que me interesaba saber era por qué mierda yo estaba ahí… al comienzo de una noche estrellada y sin luna, bajo un cielo donde ni siquiera, quién sabe por qué, se divisaba la Cruz del Sur, por mucho que uno no dejara de escudriñar ni un solo rincón entre las galaxias. (Tres).

Al amanecer, el Kilimanjaro se veía con toda la claridad de la transparencia. Más cercano. Desde allí la cumbre oriental desmerecía mucho y apenas se elevaba como una protuberancia de la suave y prolongada ladera… Los animales corrían y aves inverosímiles iniciaban los vuelos del día. No era preciso moverse para verlo todo… Era uno de esos momentos en que la felicidad de los sentidos supera toda pena orgánica, como para decirse que sólo por estar allí y entonces, ya valía la pena haber vivido. (Cuatro).

‒Bellamente dicho querido amigo, ¿algún otro momento que quieras rememorar de aquel safari para cerrar esta conversación de vereda a vereda?

Venía un masai. Nos habíamos desviado de la ruta central internándonos por uno de esos caminos de polvo, estrechos, culebreantes y ásperos que producen sin alternativas una sensación de bienestar, de seguridad, en cuanto significan la distancia total del asfalto… La vuelta a una especie de seno familiar de la tierra, de la naturaleza bruta, la continuación de la selva. Era un desvío hacia Nairobi por la zona que habita el pueblo pastor de los masai. Bajamos del Land Rover y el joven masai, ornamentado con atuendos de guerrero, caminando hacia nosotros por el medio del camino y a unos veinte pasos de distancia, respondió a la filmadora cubriéndose todo el cráneo con una parte de su túnica roja.

No les gustan las fotos… Es conveniente pedirles permiso. Caminó así a ciegas hasta pasar frente al coche. Ahí se detuvo, descubrió su rostro y con bastante enojo en la expresión pero tranquilo de palabra, dialogó… Era alto, derecho, de lustrosa piel chocolate. Dos o tres collares ceñidos, de pequeñas cuentas multicolores, le escudaban el cuello. De las orejas deformadas del lóbulo hacia abajo colgaban también vistosos aros contrastando con las propias orejas, que de por sí parecían aros. En una mano llevaba una calabaza. Con la otra sujetaba una flamante lanza cuyo mango, mientras conferenciaba, apoyó sobre la tierra dejando la filuda punta amenazando el cielo. Hablaba suavemente y en tono sereno, hasta quizás tímido. Dice que pueden fotografiarlo siempre que paguen ‒tradujo el guía‒. Cobra quince chelines…

Seguimos y la proximidad de Nairobi me fue deprimiendo cada vez más. Hubiera querido seguir días y días vagando en jeep. (Siete).

Bueno, espero que los amigos y amigas les haya gustado esta suerte de entrevista respondida desde un libro. De todos modos, al menos a mí me ocurre que leer esto es como escucharlo hablar al Poli, con ese humor suyo impregnado de un dejo triste. Todo gran escritor como lo fue Poli Délano sigue vivo en sus libros. Tamaña novedad. Pues me he permitido seleccionar los párrafos que han leído, aunque allí está una parte ínfima de lo que se cuenta en Lo primero es un morral. Para que lo busquen, para que se reimprima de una vez este libro que se cuenta entre los escasos, escasísimos, textos de viajes en la literatura chilena. Y mucho menos sobre África, que para tantos chilenos no es más que Tarzán y la mona Chita en imitación de Kramer (o quien sea). Pero que, como lo testimonió Poli en este espontáneo y franco libro, es un continente de descubrimientos, pasiones y sorpresas, de grandezas y miserias. La cuna de la humanidad aunque a algunos les pese.

Bartolomé Leal – Septiembre 2017

(Fotografía introducción: Cortesía del escritor Eduardo Contreras)

 

Esta entrevista está incluida en el libro Trazas negras. Conversaciones sobre novela policial y negra en Chile editado por Ediciones Plazadeletras.

Disponible a la venta aquí

3 thoughts on “Recordando África con Poli Délano”

  1. Es cierto, África te captura los sentidos, el alma y la memoria y te deja una añoranza eterna, imperecedera. Muchas veces me pregunto de dónde soy, adónde pertenezco. La verdad es que por la vida que he tenido, no siento una particular identificación con ningún lugar. Pero siempre que me pregunto donde me “calza” mejor, siempre surge… África… Kenya… Extrañamente nunca Canadá, aunque creo que he vivido acá mas que en ningún otro lugar.

    Pero el Nairobi, la Kenya que conocimos ya no existe. Yo sí he vuelto un par de veces (la última hace solo unos meses) y ya no era la misma cosa. Sólo estuve en Nairobi, pero ¡que diferencia! Y mis rincones favoritos –River Road, Biashara Street, Westlands, Gigiri– aplastados por los hoteles lujosos, enormes Malls y Shopping Centres, que son de otras épocas, otras culturas, otras latitudes. Pero todavía, todavía, queda algo indefinible que me recuerda lo que viví hace tantos años.

    Andrea Matte-Baker, Vancouver, Canadá

  2. Buena Bartolomé. Súper.
    Como soy inconfesablemente ignorante, no sé si la técnica ha sido utilizada por otros arqueólogos, pero me pareció fascinante la posibilidad de conversar con los idos gracias a sus huellas literarias
    Lo gocé.
    Abrazo,
    Helios

  3. excelente este juego de la entrevista
    me alegro el corazon
    me gusta poli delano , y ahora que leo lo que dices sobre el , es cierto, tienen un dejo de tristeza sus escritos
    he leido solo un! libro de cuentos , Como buen chileno , que me paso un amigo argentino muy enterado
    excelente, tambien, el blog

    saludos
    anita bello herrera

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