En día como hoy, 27 de septiembre de 1906, nació en Oklahoma, USA, Jim Thompson, maestro de la novela negra en su versión hard-boiled. Poco apreciado en su época, sobre todo por la crítica enviciada con los héroes positivos amasados por Chandler y seguidores, Jim Thompson horneó detectives deleznables, sheriffs crueles (inspirados en su padre), hembras bochornosas y perdedores vocacionales (como él mismo), en novelas inolvidables como El asesino dentro de mí (1952), Ciudad violenta (1957) y 1280 almas (1964), entre tantas otras. Más cerca de la literatura, tal vez sin proponérselo, ya que en sus inicios solo lo cotizaron los pulps, Thompson cultivó el absurdo y la inverosimilitud, los personajes sobredimensionados, las carnicerías extremas y un caminar por la cuerda floja entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, la vida y la muerte… Prosa rápida, pocas correcciones, concisión y precisión, son sus atributos más destacados. Algún crítico ha señalado que el alcoholismo de Thompson influyó en su manera de escribir e incluso en sus tramas.
Un autor sin detectives quijotes ni chicos buenos que buscan la redención del mundo. Algunas de sus narraciones pasaron al cine pero no son recomendables, apenas versiones edulcoradas que se ensañaron con sus geniales argumentos y caracteres. Tal vez se salven algunas hechas por directores franceses. Jim Thompson falleció en 1977, demasiado temprano, dejando de todos modos una treintena de novelas que, cual más cual menos, constituyen un canon imprescindible para quien quiera meterse en el auténtico noir, el más crudo, aquel no apto para ganar becas y copar mercados; ni mucho menos para masajear a lectores remolones.