¡Bartolomé Leal al habla!: Blog de novela policial y negra
En el contexto de la polémica armada por un crítico chileno, orgulloso de su ignorancia, acerca de la inexistencia de detectives privados en Chile (lo que al parecer lo faculta a descalificar a los cultores del género), bien vale la pena ocuparse de las distintas formas que ese personaje literario adquirió en los primeros años del siglo pasado; mucho antes que Chandler hubiera soñado con crear a Philip Marlowe quien, con los atributos de macho recio que le prestó Humphrey Bogart, hace suspirar a aquel plumario turbio.
Estos detectives primigenios nacieron en Estados Unidos en las revistas populares. Tendrían que pasar un par de décadas antes que fueran aceptados en libros. Hubo en las primeras décadas del siglo XX (época de grandes crisis y guerras) una proliferación de tales revistas, dedicadas a las historias de aventuras, el western y el horror. A un editor aperrado se le ocurrió que para ganar mercado había que usar el papel más barato posible. Para Frank Munsey, que así se llamaba este pionero de los “pulps”, la historia que se contaba era más importante que el envoltorio. Las revistas pasaron entonces a ser conocidas por el nombre de aquel papel de baja estofa.
En los años 20 empiezan a aparecer las revistas especializadas dedicadas a las historias detectivescas. Unas 120 páginas y portadas a todo color. Algunas con salida semanal, casi sin ilustraciones, empinándose las más populares al medio millón de copias. La competencia entre ellas fue feroz, todos los editores querían agarrar en esa papa tan rentable. La crítica de la época no era nada de entusiasta, hablaba de sensacionalismo, alimento para mentes poco educadas, llamado al salvajismo, tramas elementales… Engendros del Sherlock Holmes de Conan Doyle, dictaminó otro crítico. Esto es interesante porque se refleja la línea genealógica de los detectives de los “pulps”.
Además primaba un concepto básico: son más importantes los detectives que los autores. A éstos pocos los recuerdan, pero sí suenan Nick Carter (servido por una legión de escribidores), la “Máquina de pensar”, el Dr. Thorndyke, Mr. Tutt, el tío Ubner, Charlie Chan, Nyland Smith (el rival de Fu Man Chu)… Muchos de ellos provienen de fines del siglo XIX, algunos inspirados en el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe.
Después, ya entrando a los años 30, asomarían el Sam Spade de Dashiell Hammett, el Bulldog de Max Brand y otros asiduos sabuesos de los “pulps”, como Race Williams, Rambler Murphy, John Dalmas (inventado por Raymond Chandler, antecesor de Philip Marlowe), Dan Turner, el periodista Daffy Dill, el ciego Max Carrados, el Gran Mandell (un mago), y muchos otros. También algunas mujeres, como Sally la sabuesa (siempre dispuesta a mostrar sus portaligas); Carrie Cashin, otra detective devota de la semidesnudez; y la aguerrida gorda Violet McDade… Sin olvidar a personajes medio fantásticos, como “El hombre de la máscara de plata”, creación de Erle Stanley Gardner; “El Lama Verde” con sus múltiples disfraces; y, por cierto, “La sombra”.
Algunas narraciones de tan pasmosos personajes (hay hartos más) fueron traducidas, en Argentina, Chile y México. Son material de los mercados persa, en los cajones de oferta a cinco gambas o una luca. Los reconocerán por sus portadas chillonas, hechas para atraer al lector busquilla. No puedo sino afirmar que aún hay tesoros por descubrir.