
¡Bartolomé Leal al habla!: Blog de novela policial y negra
La xenofobia ha sido un fenómeno antiguo y recurrente en la historia de la humanidad, sobre todo cuando se producen grandes movimientos de población que ocupan territorios ajenos debido a migraciones de pueblos hambrientos, conflictos bélicos, persecuciones religiosas y así otros. No es raro tampoco que ciertas oleadas de odio al extranjero se sustenten en mitos o temores puramente imaginarios, en broncas históricas impulsadas por ciertos líderes y que prenden en el inconsciente de la población.
En tal contexto los dueños del poder –los imperios, los países desarrollados, los centros de atracción de las masas del tercer mundo– suelen dar vuelta el fenómeno y en lugar de reconocer que son las causas de muchos de tales desplazamientos –y su corolario la xenofobia–, se dedican a amplificar su efecto para manipular a la gente. Son mecanismos de ajuste invertido, si se quiere. Pues fue en la época de la declinación del sistema colonial, que se derrumbaba por todos lados y hacía agua su pretendido rol de garante de la civilización, por los inicios del siglo XX, que apareció el concepto denigratorio del “peligro amarillo”. Se refería a los chinos, por cierto.
Fue un tal Arthur Henry Ward, irlandés y católico nacido en 1883 y que soñaba desde adolescente con los lejanos fastos del imperio, obsesionado con Sheherezade –acababa de salir la recopilación de cuentos orientales titulada Las mil y una noches, obra del aventurero y viajante Sir Richard Burton– quien, eligiendo el seudónimo de Sax Rohmer, inventó a Fu-Manchú, la personificación del “peligro amarillo”. Era época de misterios, de descubrimientos de tesoros en Egipto y Grecia, de sociedades secretas en China, enorme territorio siempre alérgico a las intromisiones foráneas.
El joven Ward se aburría como empleado de banco y terminaron por echarlo. Andaba hipnotizando a sus colegas, sobre todo a las damas atractivas. Cesante, cambia de nombre y se pone a escribir imaginarias aventuras. En 1912 aparece en Londres, en forma de folletín, El misterioso Dr. Fu-Manchú. Es un personaje ultra poderoso que invade Europa y conquista América con su magia diabólica. Un pontífice del mal, un artista de la tortura y la muerte lenta, un genio desquiciado, un tramposo desatado… Sax Rohmer mismo se desata y construye, por cierto, una China fantástica, puro decorado, donde las plagas, el opio, las traiciones y las miasmas reinan, impunes.
Las exacciones del imperio británico se diluyen pues ante ese panorama novelesco de malignidad, esa amenaza que viene de Oriente. Hay que salvar al imperio. Un héroe típicamente inglés lo neutraliza. Su nombre es Nyland Smith de Scotland Yard, su amanuense el doctor Petrie. Historia conocida. Aquel rostro satánico sirvió para que el cine lo adoptara gozoso, Boris Karloff y Christopher Lee dieron vida a Fu-Manchú. Las aventuras se prolongan hasta 1959, el personaje muere y resucita varias veces.
Es un delirio de política ficción a la vez que un homenaje a la inteligencia china. Hasta que la victoria de Mao transforma el mito en realidad. El “peligro amarillo” se transforma en el “peligro rojo”, la historia da un vuelco. Luego vendría el “peligro verde”, el ecologismo, ahora pasado de moda frente a un peligro incoloro representado por el fundamentalismo islámico. ¿Y China? Conquistando al planeta, vaya casualidad…