
¡Bartolomé Leal al habla! : Blog de novela policial y negra
Charles Dickens (1812-1870), el celebérrimo autor inglés de novelas costumbristas y sociales, convertidas en clásicos imprescindibles que todos deberíamos leer si nos interesa verdaderamente la literatura, al menos David Copperfield, Historia de dos ciudades y Grandes Esperanzas, escribió una novela de claro corte policial titulada El misterio de Edwin Drood y que nunca terminó. Un tercio del libro quedó inconcluso a su muerte, lo que imposibilitó conocer qué solución le había dado su autor a la trama.
Nada de eso impidió que se publicara. Borges en su colección “El Séptimo Círculo” la incluyó con un prólogo analítico. Libro cautivante, narra las vicisitudes de un personaje, Edwin Drood, que aparece y desaparece a lo largo de la historia. Se trata de un héroe bastante dickensiano, un vagabundo que resulta ser, por cierto, mucho más de lo que aparenta. El punto es que tras seguir los derroteros del protagonista, quedó sin respuesta la pregunta: ¿a Edwin Drood lo mataron o desapareció voluntariamente? Y si lo mataron, ¿quién o quiénes lo hicieron entre los demás personajes de la trama?
¿Fue el tío de Edwin Drood quien lo mató? ¿O un actor disfrazado de falso detective que aparece entremedio investigando la desaparición del protagonista? ¿O fue un suicidio por mano propia o inducido? Son algunas de las hipótesis en juego.
El misterio nunca ha sido resuelto, como si el autor hubiera querido ser leal al propio título del libro. Ha habido intentos por cerrar el círculo. Se han registrado las notas de Dickens, se ha elucubrado usando la lógica, se ha investigado la información disponible, se han cribado los testimonios de sus contemporáneos, pero nada. Ocurre que desde 1870, año del deceso de Dickens, han aparecido por todos lados manadas de pseudo detectives literarios que han intentado terminar el libro. Algunos han publicado sus elucubraciones, aunque la mayor parte sólo las han compartido con sus amigos en los pubs o en los cafés.
Hay anécdotas magníficas. El escritor Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, aseguró haberse comunicado con Dickens durante una sesión de espiritismo aunque, hasta donde se sabe, no tuvo éxito en sacarle pista alguna. G.K Chesterton recurrió a su poderosa fe católica, comunicándose con la Santísima Trinidad y tampoco llegó a descifrar el enigma.
Muchos escritores se han animado durante siglo y medio a escribir la parte que falta del libro y se han perpetrado al menos doscientos finales posibles. Hay incluso un libro, según se dice aprobado por Charles Dickens Jr., hijo del escritor, que termina el libro inconcluso con el propósito de lucrar, naturalmente. Muchos de tales intentos se hallan recopilados en un libro de los italianos Fruttero y Lucentini, que escudriñaron todo lo que se sabía y el resto se lo inventaron, hasta llegar a su propia solución.
¿Vale la pena leer el libro? Absolutamente sí para los aficionados a Dickens y para los amantes del género policial que deseen conocer una novela pionera escrita bajo la inspiración de Edgar Allan Poe, cuya obra Dickens conocía y apreciaba. Sin estar a la altura de sus obras maestras, posee sin duda atisbos del ingenio y la magia de aquéllas.