libreros patricia highsmith

¡Bartolomé Leal al habla!  Blog de novela policial y negra

Hay una tendencia en la valorización de nuestra literatura que podría corresponder a idiosincrasia nacional o bien a patología crónica, la cual se manifiesta en ensalzar la “verosimilitud” (lo verdadero, lo creíble, lo real). Sobre todo en materia de narrativa, incluida la novela negra. Autores y críticos se refocilan con aquello, que les sirve de comodín para adobar el autoelogio o reforzar la descalificación de los rivales. En el caso de los autores, se suele hacer por mano propia o la de los críticos-lobistas, ya que en este país se mezcla todo como se sabe. Y aquello se hace sea en forma tan suave que uno ni se da cuenta, o en forma asaz agresiva. Un crítico llegó a afirmar que en Chile no podía haber novela negra porque no existían los detectives privados.

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Así, ha dominado una novela policial centrada mayoritariamente en los recintos viciados de los “crímenes reales”, con sus datos santificados por la prensa a través de la crónica roja de antaño y, en estos tiempos, por la actualidad nacional o la farándula. Con todo respeto, claro, cada cual escribe lo que se le antoja o… lo que puede. Entonces: poco o nada con la imaginación y el desmadre literario, que tanta gloria ha dado a las letras desde tiempos remotos. Por eso un Bolaño ha sido y sigue siendo tan odiado, y otros como Carlos Droguett, Adolfo Couve o Braulio Arenas han sido pateados en el suelo por escribir libros “inverosímiles”. Condenados al silencio más encima. Mientras tanto, los más ramplones realistas, memoriones de izquierda, centro o derecha, andan por ahí candidateándose a cuanto premio, beca o gabela anda rondando.

En el arte de lo inverosímil, al borde de lo fantástico a menudo, no hay ningún autor o autora que haya trabajado esa dimensión de la literatura popular con tanto virtuosismo, inteligencia y elegancia como la norteamericana Patricia Highsmith. Digo literatura popular a propósito, porque buena parte de su producción ha sido catalogada de “negra” o “thriller”, en algunos casos para ensalzarla en otros para rebajarla. Pero sí ha sido leída con fruición por una legión de seguidores, aunque nunca en modo best seller. En cualquier caso, pudo llevar una vida modesta y frugal con su pluma liviana y potente, una obra extensa en novela y cuento.

Ya la mencionamos en otro artículo cuando recordábamos a ciertos antihéroes del género negro, como su cautivante personaje Ripley, dandy, esteta, ladrón y asesino. Un individuo amoral que no se avergüenza de confesar que es un trepador social. Un personaje inverosímil que corre aventuras inverosímiles en 5 novelas publicadas entre 1955 y 1991, cubriendo la segunda mitad del siglo XX con toda su complejidad política y económica (nada de piratas a la virulí). Tales aventuras, que no son broma, poseen un potencia metafórica y una visión corrosiva de la sociedad que le han significado partidarios fanáticos, incluidos destacados realizadores de cine que las han adaptado (René Clément, Wim Wenders, Liliana Cavani, entre otros).

Patricia Highsmith no se refocila en derroches líricos ni muestra personajes que hacen gala de verba ingeniosa (a lo Philip Marlowe por Humphrey Bogart, plaga entre los copiones de aquí y de allá). Doña Patricia va al grano y no tiene pelos en la lengua. No se autocensura, no se cuida, no anda con meados tibios pensando en complacer a jurados cómplices. En su país, los USA, la consideraron comunista, la boicotearon, la ignoraron y la corrieron, al punto que se fue a vivir a Europa (aunque siempre pagó sus impuestos). Terminó sus días rodeada de gatos y caracoles.

Su alcoholismo la hizo hosca y mal agestada. Su homosexualidad, real o fingida, no le dio gratificaciones. Su obra es extensa, monumentalmente coherente y adictiva para el lector. Lo señaló Graham Greene, que fue uno de sus más cercanos y escasos amigos. Quién sabe cuántas veces se emborracharon juntos ambos colosos de la narrativa. La escritora caía mal, era una atea integral, se declaraba racista, la intranquilizaban los negros. Fue calificada de antisemita por denunciar al estado de Israel en su trato a los palestinos; lo cual no le impidió hacer amistad con destacados intelectuales judíos. Aunque reputada de lesbiana, fue acusada de misoginia por grupos feministas a propósito de su libro de relatos “Pequeños cuentos misóginos” (1974), una obra maestra por todos lados.

A propósito de los USA uno de los libros que más urticaria causó fue el volumen de cuentos “Catástrofes naturales y antinaturales” (1987). Allí se refiere, bordeando la ciencia-ficción, a temas como: los irresponsables experimentos médicos con el cáncer, la criminal disposición de residuos radiactivos, las políticas de reducción del gasto público con la liberación de dementes y asesinos, las estafas inmobiliarias en supuestos edificios de lujo, la alianza entre la derecha política y el fanatismo religioso, la necedad letal de algún presidente norteamericano y sus asesores militares… Temas pesados, vaya. Cuentos para quedar con pesadillas, ya que por lo general no terminan, no se cierran, el miedo queda latente.

Patricia Highsmith publicó 22 novelas, 10 libros de cuentos y un par de ensayos, entre ellos “Suspense” (1966), donde explicita en forma a la vez sencilla y profunda sus conceptos acerca de la narrativa negra que practicaba. Son muchos los libros predilectos para mí de esta maestra de lo inverosímil. Ya mencioné la serie de Ripley. Por su lado “Extraños en un tren” (1950), una de sus primeras obras, cabe en cualquier lista de las mejores novelas negras de todos los tiempos. Fue puesta brillantemente en cine por Alfred Hitchcock.

Sus cuentos son ejemplos admirables de narraciones donde el contenido, la temática, la sustancia, es lo que cuenta; y donde a menudo no hay finales, quedando en suspenso para el lector la vigencia del horror aguaitando a la vuelta de la esquina. En novela, señalo a título personal mi favoritismo por la perturbadora “Gente que llama a la puerta” (1983), donde el tema central es la locura religiosa, la teolepsia, esa psicopatía que cree en la intervención divina sobre la vida de las personas. En el límite, una forma de sadomasoquismo. Un padre fanático a la vez de su cristianismo intolerante y del dinero (trabaja como ejecutivo de cuentas en una empresa de seguros), con la complicidad de una esposa sumisa, busca destruir mental y físicamente a su talentoso hijo, devoto de las ciencias.

 

A Patricia Highsmith, seca narradora en carrera larga y corta, ceñuda retratista de caracteres y puntuda descriptora de ambientes y decorados, no la detenía algo tan tosco como la verosimilitud. Lo que ella quería era hacer el arte que le venía de su personalidad compleja y torturada, y que saliera lo que saliera sin alargarse demasiado ni sintetizar con estreñimiento, sin esforzarse por inventar finales forzados ni pensar en la billetera del lector o el talante del censor (público o privado). ¿Se puede pedir algo más para ser la grande escritora que fue, que es, que será por siempre jamás?

 

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