¡Bartolomé Leal al habla! Blog de novela policial y negra
Breve historia del cuento policial [1]
El género narrativo conocido por la mayoría de la gente como el policial o policíaco, es en un término genérico de significados diversos. En el hecho, ha recibido otros apelativos que buscan reflejar, cual más cual menos, algunos contenidos específicos de los libros. Así, se habla también de narrativa criminal, de misterio, de enigma, de suspenso, de detectives, o “negra”. Esta última apelación se usa para referirse sobre todo a la que se escribió en Estados Unidos durante los años 30 del siglo pasado, como respuesta a la escuela inglesa que ponía énfasis en el enigma. Aunque vale señalar que originalmente se le llamó el noir, un aporte de los críticos franceses. No obstante, seguimos diciendo novela policial, aún cuando en muchos casos ni siquiera hay policías en los relatos.
Pues bien, el género policial nació con un cuento. Antes hubo obras literarias que contenían ingredientes del género: crímenes, delitos, abusos, matanzas. Charles Dickens, Wilkie Collins y los folletinistas franceses aportaron en esta línea. Pero es imposible, como han señalado varios expertos, hablar de lo policial antes de que existiera la policía. Y ésta fue creada en Londres recién en 1829, como una necesidad del desarrollo urbano y su secuela, la delincuencia. El género policial nace, efectivamente, como un reflejo del explosivo crecimiento de las ciudades.
En abril de 1841, doce años después de la instalación de los primeros cuerpos policiales, el joven editor del periódico Graham’s de Filadelfia, publicó un cuento original suyo titulado “Los crímenes de la calle Morgue”. Este joven era nada menos que Edgar Allan Poe. Dicho cuento traía la mayoría de los ingredientes que caracterizarían al género de allí en adelante: un asesinato misterioso cometido en un lugar cerrado, un detective que investiga y aplica un proceso de deducción, una resolución sorpresiva e inteligente. Dicho detective fundacional se llamó el chevalier Auguste Dupin y sus hazañas (en ése y otros dos relatos) son contadas por un narrador que hace de testigo veraz, un formato típico de la narrativa policial clásica. La ubicación de este cuento en París no es un detalle irrelevante, y la ciudad-luz pasó a ser un referente en el género policial.
En los otros dos cuentos con Dupin, Poe aportaría nuevos elementos claves en la estética del cuento policial. En La carta robada hay un proceso de deducción pura, prácticamente sin acción; y en El asesinato de Marie Roget se desarrolla una trama basada en un suceso de la vida real, una de las fórmulas particulares del género. Hay un cuarto cuento de Poe, menos evidente pero significativo, El hombre en la multitud, que sin duda influyó en la corriente noir, donde el detective aparece como un hombre torturado, que observa cómo la maldad y el desorden en la vida urbana van ganando lugar. Un toque misterioso o infernal, presente en las mejores narraciones del género, fue también un aporte de Poe.
«La novela de detectives -ha afirmado Ellery Queen-es un cuento corto inflado con personajes, descripciones y romances absurdos, a menudo con propósitos de relleno». No hay necesidad de estar totalmente de acuerdo, pero dejémoslo así, un homenaje al relato breve por parte de alguien que sabía mucho del tema. Vendría pronto el más célebre de los detectives, Sherlock Holmes, un personaje que es figura sobresaliente ante todo en el relato breve (novela corta o cuento largo, debaten algunos). El llamado Canon consigna que su creador, Arthur Conan Doyle, produjo, entre 1887 y 1927, 60 obras con Holmes: 56 cuentos y cuatro novelas. Los cuentos son, sin duda alguna, los que le han dado al incomparable Sherlock Holmes, con su pipa, su opio, su brillantez y sus manías, una fama vigente hasta nuestros días.
Por alguna razón, el cuento evolucionó hacia un género maldito para el medio editorial, cuestión que persiste hasta el día de hoy. Se le moteja de mal negocio. Es por ello que el cuento se refugió en los diarios y revistas inglesas y norteamericanas, donde conoció un suceso que se transformaría en internacional (vía traducciones) durante el período de entreguerras; y con gran fuerza en la segunda mitad del siglo XX. Una primera muestra de la globalización en el mundo del libro. Pues allí, en el ghetto de la prensa vulgar, las revistas baratas y el sensacionalismo, floreció una pléyade de autores que, ay, no siempre lograron ver sus relatos publicados en libros; y por lo tanto mantendrían un semi anonimato del cual los rescatarán sólo unos cuantos fanáticos encarnizados.
Los imitadores de Sherlock Holmes son los primeros en aprovechar el boom del cuento. Nick Carter, héroe de gusto del público juvenil; el severo Dr. Thorndyke, creación de Austin Freeman; el entrañable Padre Brown, retoño católico de Chesterton, maestro de la paradoja; el sabueso ciego Mark Carrados, invento de Ernest Bramah; el astuto Hércules Poirot de Agatha Christie y su (digamos) rival, el Lord Peter de Dorothy Sayers; el genio de la deducción apelado la máquina de pensar, de Jacques Futrelle; y, para cerrar (aunque hay muchos más), el estático Viejo en el rincón de la Baronesa de Orczy (la autora del folletín Pimpinela Escarlata).
Estos autores lograron producir volúmenes de cuentos, los que aún cuando fueron menos célebres que sus novelas, tuvieron ese reconocimiento mayor, esa suerte de bendición que significa salir del periódico e ir las tapas duras y el formato más «literario» del libro. Sin embargo, las revistas especializadas en el cuento policial fueron un formato intermedio. Un par de datos para los coleccionistas: la revista editada por Ellery Queen, una de las cimas del pulp, conoció ediciones en castellano hechas en Argentina, Chile y México. La popular Manhunt nos llegó traducida, ensalzando a autores de thrillers como Mickey Spillane y Richard. S. Prather; aún cuando se colaron en sus páginas poetas del noir como David Goodis y Wlliam Irish.
Del policial al noir
También entre los norteamericanos se generó un boom del cuento, a través de las mencionadas revistas pulp (llamadas así por la baja calidad del papel de impresión, que garantizaba un bajo precio). En especial, la celebérrima Black Mask, que salió entre 1920 y 1951. Fue un cambio importante, ya que conllevó la liberación de la influencia de Sherlock Holmes. El enigma clásico dio paso a un modo de escribir más libre, menos conservador, más cercano a la suciedad de la urbe, abriendo espacio para reflejar los medios del hampa, la corrupción y la prevaricación. De paso, liberando el lenguaje para dar cabida al argot. Para diferenciar, esto fue apelado el noir o género “negro”.
La estética de Black Mask generó una escuela de cuentistas, con nombres de la más alta alcurnia literaria: Dashiell Hammett, Cornell Woolrich (William Irish), Raymond Chandler, John D. MacDonald, Bruno Fisher, Ellery Queen; más otros menos conocidos por haberse quedado en el purgatorio del cuento, como Carroll John Daly, Lester Dent y George Harmon Coxe. Ellos fueron los “toros indomables” del relato corto, como dijo un crítico de Frank Gruber, autor de más de 400 cuentos para los pulp.
Hay mucho más. Luego de la desaparición de los pulp vino el auge de los libros de bolsillo, las antologías y las traducciones. No hay que olvidar que el género policial es esencialmente anglosajón, con algunos autores franceses y belgas, italianos, suecos, alemanes y españoles. En las traducciones, siempre limitadas, nos empezaron a llegar los maestros clásicos y los autores más recientes. Georges Simenon, por cierto, sacó libros de cuentos (sobre todo en los años 60), algunos del comisario Maigret y otros cercanos a la narrativa negra. Patricia Highsmith publicó casi tantos libros de cuentos como novelas. Chester Himes es un cuentista mayor, a descubrir. De Ellis Peters hay al menos un libro de relatos con su detective medieval, el monje Cadfael. El sueco Henning Mankell sacó un volumen con cuentos del inspector Wallander. Hay varios libros de cuentos del italiano Giorgio Scerbanenco, sin su héroe el Dr. Duca Lamberti. Y si hablamos de autores italianos, Andrea Camilleri tiene un magnífico volumen de relatos breves con el comisario Montalbano. El recordado Manuel Vázquez Montalbán también tiene cuentos con su detective Carvalho. Allá en el norte, los escandinavos a la moda no se han quedado atrás.
Los cuentos policiales rara vez han tenido un tratamiento deferente, y a veces hay que descubrirlos, camuflados como novelas por los editores. Nuestros queridos Borges y Bioy Casares publicaron antologías del cuento policial (1943 y 1956), vueltas célebres, aunque es cuestionable su preferencia por los autores ingleses de enigma, algunos bastante anacrónicos. Se les cita con frecuencia, equivocadamente, como lo máximo en sabiduría respecto al cuento policial. Ellos mismos publicaron cuentos con el pseudónimo común de H. Bustos Domecq, inventando un detective sedentario y paródico llamado, no por casualidad, Isidro Parodi.
La revista de Ellery Queen se tradujo al castellano en varios países y allí llegaron muchos cuentos de los más diversos autores, incluidos los de la escuela hard boiled (Dashiell Hammet y los demás). También arribaron otras revistas de efímera vida, en torno a autores de segunda y tercera fila. En nuestro continente aparecieron antologías de autores nacionales de Argentina, Brasil, Chile y México, los países con más tradición en el género.
En nuestro país ha habido varias antologías con autores universales hechas por escritores y críticos, destacables una elaborada por Luis Enrique Délano y otra por José María Navasal. En lo que respecta a autores chilenos, nuestro campeón ha sido Ramón Díaz Eterovic, a quien se deben dos compilaciones canónicas: Crímenes criollos (Mosquito Editores, Santiago, 1994) y Letras rojas. Cuentos negros y policiacos (LOM, Santiago, 2009). Esta última contiene 24 relatos, entre los cuales la mayoría de las nuevas generaciones de autores. La compilación más reciente se debe a vuestro servidor Bartolomé Leal, se titula 10 cuentos negros de autores chilenos (Nuevo Milenio, Cochabamba, Bolivia, 2015), que le lleva textos de Juan Ignacio Colil, Ramón Díaz Eterovic, Toño Freire, José Gai, Sonia González Valdenegro, Gonzalo Hernández, Bartolomé Leal, Helios Murialdo, Eduardo Soto Díaz y Mauro Yberra.
Un formato vigente
El cuento policial siguió cultivándose vigorosamente durante la última parte del siglo XX, y autores no especializados en el género incursionaron en ese formato. Sin embargo, pocas revistas sobrevivieron al empuje de otras formas de entretención masiva, como el cine y la televisión. Ambos medios audiovisuales depredaron el patrimonio literario del género en busca de argumentos. No obstante, el relato breve resistió y sigue vivo. Aún cuando no cuenta con la popularidad de la novela, y debe vencer más dificultades para difundirse. El mercado manda. Pero hay una fórmula editorial que ha permitido leerlos, en muchos casos un rescate de la poca difusión vía medios escritos de circulación limitada. Me refiero a las antologías, ya mencionadas. Las antologías, una vez agotado el concepto de “los mejores cuentos”, que irrita a los auténticos aficionados por la repetición de títulos, se empezaron a especializar y a especificar. El propio Ellery Queen lo hizo. A este último lo he citado bastante, porque es el verdadero líder del cuento policial en la historia del género, con estudios, revistas y selecciones.
Una de las formas novedosas son las antologías o compilaciones de “mejores cuentos por año”, práctica que ha continuado hasta nuestros días. Una de las más antiguas que conozco es de 1928, hecha por el padre Ronald Knox, donde hay un cuento de Agatha Christie protagonizado por Miss Marple, su detective alternativo a Hércules Poirot. Una antología más reciente, de 1999, recopilada por Ed MacBain, trae cuentos de Lawrence Block, Loren Estleman, Joseph Hansen y Joyce Carol Oates, entre otros autores del momento. Se siguen editando antologías anuales, de vez en cuando se traducen a nuestro idioma.
Las antologías temáticas han sido otro aporte al género, ampliando el interés hacia lectores distintos y haciendo descubrimientos sorprendentes. Así, se han publicado antologías con cuentos policiales relacionados con el deporte. Hay una que trae relatos de Conan Doyle (carreras de caballos), Ellery Queen (baseball), Dashiell Hammett (boxeo), Leslie Charteris (póquer, con El Santo), Agatha Christie (ajedrez), Dorothy Sayers (bibliofilia)…
También existen antologías de mujeres asesinas, de crímenes en Navidad, de la realeza, de cuentos que transcurren en ciertos países, de parejas de detectives, de estafadores, de asesinos en serie, de la buena mesa. Entre estas últimas, destaca una que trae cuentos de Isaac Asimov, Ruth Rendell, Rex Stout (con el gordo Nero Wolfe), Stanley Ellin, Janwillem van de Wetering, Bill Pronzini. Hay también antologías del detective privado hard boiled o de la Serie Negra. Una de ellas trae relatos de Fredric Brown, Erle Stanley Gardner, James Cain, Ross Macdonald, Margaret Millar, etc. Y existen muchas más, he señalado algunas de las que he tenido oportunidad de leer.
Una mención especial para las autoras mujeres que, como se sabe, han sido en el género policial tan buenas y prolíficas como los autores varones. De todos modos han tenido que luchar por sus derechos, como que han formado en Estados Unidos una asociación de mujeres autoras, para escapar del machismo vigente entre algunos de sus colegas. Pues las recopilaciones de cuentos de escritoras están entre las mejores. Sara Paretsky, la creadora de Warschawski, la mujer policía de Chicago, ha armado al menos dos excelentes (en 1992 y 1996), con relatos de Liza Cody, Marcia Muller, Nancy Pickard, Amanda Cross, Margaret Maron, Linda Barnes y otras autoras notables, todas en plena producción. Algunas de ellas han sido traducidas. Todas ellas se hallan en la red virtual. En materia de cuentos, quien busca con paciencia, encuentra.
A nivel latinoamericano se han hecho algunas compilaciones y nuevamente ha sido Ramón Díaz Eterovic quien ha dicho la última palabra con El crimen tiene quien le escriba (2016) que incluye 23 cuentos negros y policíacos, entre ellos varias estrellas del género, como el mexicano Élmer Mendoza y los argentinos Juan Sasturain, Claudia Piñeiro, Fernando López, Guillermo Orsi y Mempo Giardinelli, los bolivianos Gonzalo Lema y Yuri Soria-Galvarro, más Milton Fornaro y Mario Delgado Aparaín (Uruguay), Julio Balcázar y Gustavo Forero (Colombia), Daniel Quirós (Costa Rica), Eloi Yagüe (Venezuela), Lorenzo Lunar y Rebeca Murga (Cuba) y Sergio Ramírez (Nicaragua). Los chilenos estamos representados por Poli Délano, Sonia González Valdenegro, José Gai, Sergio Gómez, Juan Ignacio Colil y Bartolomé Leal.
¿Criterios para definir un buen cuento policial o negro?
Un elemento clave para la práctica de la crítica del cuento policial, que tan pocos conocen en sus categorías básicas, es que las antologías permiten al compilador (generalmente un autor de renombre o un especialista del género reconocido por los lectores) elegir conforme a sus criterios y preferencias. Es que la calidad del cuento se mide, por comparación a los demás cuentos y cada uno por separado, según su fidelidad a los elementos básicos del género: el interés del crimen narrado, el carisma el detective o investigador (si lo hay), la originalidad de la trama y la ambientación, la resolución inteligente del enigma o el desenlace del caso, la recreación del lenguaje, etc. Por eso, una buena antología hecha, digamos sólo como ejemplo, por Bill Pronzini y Martin Greenberg (sobre detectives privados), Hugh Greene (los rivales de Sherlock Holmes, una especialidad de este hermano de Graham Greene), John D. MacDonald (autoras mujeres), Eric Ambler o los hermanos Greene (cuentos de espías), Kurt Singer (crímenes reales), y muchos otros, deja contento al lector; a veces más a veces menos, pero sabe qué va a encontrar en el libro; y según eso, aprueba o desaprueba.
Al cuento policial se le pueden hacer todas las exigencias que a cualquier cuento, digamos concisión y precisión, personajes bien definidos y locaciones adecuadamente descritas, nada de repeticiones ni circunloquios; un inicio magnético y un final redondo que cierre el círculo. Pero además debe responder a sus lectores específicos: aquellos para quienes la literatura popular es una forma de distraerse con un producto de buena ley, entretenido e inquietante. Agréguese como condimento esencial un justo suspenso. El buen cuento policial, como género auténticamente literario, prestigia a cualquier escritor y es por eso que hay tantos dotados cuentistas que no han trepidado en hacer sus intentos; con resultados dispares por cierto. Y por eso mismo no es raro encontrar en las mejores antologías de cuentos policiales, una mezcla entre ciertos autores consagrados como serios, literarios, con otros escritores especialistas en el género.
A manera de conclusión
Hoy en día el cuento policial y noir goza de perfecta salud, tanto por sus temas como por sus variados autores, sus estilos y sus visiones. Da una imagen de lo que acontece en la historia con minúscula, en el planeta de los comunes (el de los hombres y mujeres que son estadísticas), mejor que casi ningún otro género literario; lo que casi ningún superventas, casi ningún autor regalón de la crítica, puede dar. Leer para creer. Cabe señalar que aún cuando el cuento relativamente largo (o novela corta), como las historias de Sherlock Holmes, es considerado el máximo aporte del género a la literatura, el relato breve policial o negro no ha sido ajeno al auge del minicuento o microcuento. Allí también se pueden encontrar productos más que rescatables; y suele haber calidad en manos de plumas rápidas e ingeniosas, amén de aplausos de parte de los lectores, en especial los apresurados. Y los lectores de teléfonos por supuesto…
[1] El presente texto es una versión ampliada del prólogo al libro “Cuentos para 1 año 2. Género policial”, selección de Bartolomé Leal, Editorial Nuevo Milenio, Cochabamba, Bolivia, 2013.
la verdad es que en si me gustaron las historias pero no era lo que estaba buscando, aun así siento que las historias serian mejores si les agregaran mas acción